El infierno se desata en «la capital del fuego»: el cambio climático y el urbanismo, detrás de los incendios de California

La combinación de fuertes vientos del desierto y una intensa sequía agrava el potencial de un fuego que deja ya diez muertos

0 10

«Malibú se ha convertido en la capital del fuego de Norteamérica, y posiblemente, del mundo«. Las proféticas palabras del influyente intelectual estadounidense Mike Davis de 1998 resuenan ahora con fuerza, cuando cinco grandes incendios cercan la ciudad de Los Ángeles.

El más grande de ellos, el de Palisades, que ya ha quemado más de 8.000 hectáreas, ha arrasado precisamente varias zonas de Malibú, el exclusivo suburbio de millonarios frente al océano al oeste de Los Ángeles. En total, hay diez muertos, casi 200.000 personas han sido desalojadas, y más de 10.000 viviendas e infraestructuras han sido arrasadas, lo que lo sitúa como uno de los incendios más destructivos de la historia de California.

En un capítulo que lleva como provocador título Hay que dejar que arda Malibú, dentro de su libro La ecología del miedo, Los Ángeles y la imaginación del desastre, este sociólogo y geógrafo alertaba del peligro de seguir reconstruyendo las mansiones de una zona que por su propio ecosistema arde frecuentemente —de media un gran incendio afecta a esta área cada dos años y medio—.

Además, señalaba, la deficiente política de prevención del fuego y el avance del cambio climático empeoraban la gravedad de los incendios, cada vez más destructivos y difíciles de apagar.

Un gran incendio en enero: «Se están desestacionalizando cada vez más»

El fuego forma parte de la vida de los californianos desde hace décadas, pero en los últimos años los incendios han aumentado en probabilidad y extensión quemada. El episodio actual ha sorprendido además por el momento del año en el que ha tenido lugar, tan lejos de la temporada alta de verano.

«No es habitual que haya incendios así de catastróficos en enero», explica a RTVE.es Víctor Resco de Dios, profesor de Ingeniería Forestal de la Universitat de Lleida y experto en estos fenómenos. «Los incendios se están desestacionalizando cada vez más», señala, un efecto del cambio climático.

El calentamiento no prende la llama, pero sí que crea las condiciones idóneas para que el fuego se extienda, al generar un clima más seco y cálido. Si a eso se suman otras características naturales, como el viento o un ecosistema mediterráneo proclive a las llamas y otras humanas, como la ordenación del territorio, la tormenta perfecta está servida.

La regla del 30: vientos de 30 km/hora, 30% humedad y 30 °C

«En California, específicamente la zona de Los Ángeles, se viven unas condiciones geográficas y en esta ocasión también atmosféricas, que han favorecido el desastre que se está produciendo», ha explicado en RNE el geógrafo y director del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante, Jorge Olcina. Se ha dado, señala, «un cóctel bastante completo de hechos que magnifican el desastre, junto con la ocupación humana».

El sur de California lleva años inmerso en una sequía acuciante. En el centro de Los Ángeles apenas han caído cuatro milímetros de lluvia desde el pasado mayo, lo que ha hecho de este periodo el segundo más seco desde que hay registros, según el Servicio Nacional de Meteorología de EE. UU.

A esto se ha sumado la llegada de los vientos de Santa Ana, un viento procedente del desierto «muy fuerte y muy rápido», según Resco, que provoca la multiplicación de focos secundarios por el lanzamiento de brasas a grandes distancias. Estos vientos también aumentan la velocidad y hacen que el fuego sea muy difícil de extinguir, tanto por las condiciones del incendio, como por la propia seguridad de los equipos, detalla este experto.

En este caso, el viento ha alcanzado velocidades extremas, propias de un huracán, de hasta 159 kilómetros por hora. Se trata de algo así como un «secador atmosférico» para la vegetación, según explica en este vídeo Daniel Swain, el climatólogo de la Universidad de California Los Ángeles (UCLA).

Una vez que salta la chispa, el fuego «se difunde a gran velocidad cuando se da la regla del 30», apunta Olcina. Esto es: vientos de más de 30 kilómetros por hora de velocidad, un porcentaje de humedad inferior al 30% y temperaturas por encima de 30 grados Celsius. En este caso, las dos primeras condiciones se han cumplido con creces, mientras que la temperatura ha estado por debajo al tratarse del invierno.

Fuente: Agencias